Día de todos los santos
No por coincidencia, justo hoy me toca escribir, Día de Todos los Santos. Así que tengo permitido publicar exclusivamente sobre religión en mi columna, un regalo.
Los que somos católicos hemos escuchado numerosas veces que estamos llamados a la santidad y hemos encomendado a muchos santos nuestras necesidades.
Antes pensaba en los santos y recordaba historias muy dolorosas, incluso trágicas, pero hoy aquella frase utilizada por el Papa Francisco: “Necesitamos santos de jeans y tenis” se torna bastante familiar al ver el caso de Carlo Acutis.
Quienes siguieron el caso de mi hijo Luis Pablo recordarán este sentimiento profundo que nació en mí aquel día en el que tanta gente le donó granulocitos. Fue un regalo ver a cientos de personas dispuestas a ayudarle, de todas las culturas, religiones, nacionalidades, etc. Me marcó tanto que incluso lo menciono en mi libro. Fue un honor ser testigo de que el amor es uno de los regalos más grandes que pone Dios en nuestros corazones, incluso en aquellos que no lo conocen a Él. La gente buena que no comparte mi religión o mis gustos es una prueba viviente de la generosidad y el amor de Dios. Ellos también son maestros para mi alma porque siempre aprendo de ellos. Con este profundo respeto y admiración que siento hacia todos ellos, expreso que me da un poco de tristeza no poderles explicar el sentimiento tan hermoso de saber que todos podemos alcanzar la santidad, que es el regalo de poder aspirar a esa cercanía con nuestro Creador.
Para mí, perdería sentido pensar que Dios es tan lejano, que no puedo siquiera aspirar a parecerme lo más humanamente posible a Cristo, aunque siempre imperfecta en la búsqueda de la perfección.
Cuando era niña, añoraba ser como mi papá en esta vida. Hoy, con la fe de esa misma niña, añoro ser como mi Papá del cielo hasta donde humanamente pueda. Ese regalo proviene del gran amor que nos tiene nuestro Padre.
Considero que el regalo de la santidad es más un regalo para nosotros que para Dios. Es el regalo más hermoso que un Padre amoroso como Él puede ofrecernos: la oportunidad de vivir en plenitud, aspirando a esa imperfecta perfección que nos purifica y nos lleva hacia Él. Por eso, más que un “reconocimiento” mundano, para mí es el reconocimiento propio e íntimo de nuestro amor y camino hacia Dios.
Hoy celebremos y recordemos a tantos que se nos han adelantado, especialmente a los que hemos perdido durante esta pandemia. Recordemos que morir es parte de vivir, pero vivir en plenitud es vivir para siempre en Dios y en los corazones de aquellos que conocemos en nuestro camino.
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