¿Qué te corona en época de coronavirus?
No era la más católica, la más creyente y mucho menos la más persignada; era una joven de 26 años, rebelde, pero de buen corazón. Se creía poderosa e intocable, se sabía inteligente y sabía que podía conseguir cualquier cosa que se propusiera; se sabía afortunada, muy afortunada.
¡Cuánta madurez y humildad le faltaba a esa niña!
Fue en el momento más duro de su vida, donde aprendió a vivir en realidad; fue en la enfermedad de su hijo donde entendió que no tenía poder de nada, que no podía conseguirlo todo y que nunca supo utilizar su inteligencia poniéndola al servicio de los demás. Fue así que durante casi dos años de encierro internada en un hospital, viviendo en un cuartito sin lujos, conviviendo con tanto sufrimiento a su alrededor, que conoció a Dios. No tuvo opción, ella no lo pidió, era tan solo una madre desesperada rogándole con todas sus fuerzas a un Dios que decía conocer, salvar a su hijo. Lloró mucho, sufrió mucho, conoció la soledad más dura y profunda que se puede llegar a sentir en este mundo; imagínense, ella vivía y se despertaba tan solo para cuidar a su hijo, fiel, a su lado, curaba sus llagas y sus heridas con todo el amor del que una madre es capaz de dar, y fue allí, en ese lugar rodeado de sufrimiento, cuando más sola se sentía, que conoció a Dios.
No fue la enfermedad de su hijo sino la soledad y el silencio de aquel lugar donde vivió por tanto tiempo lo que la acercó a Dios y entonces sí supo lo que era sentirse afortunada, muy afortunada. De una manera bastante dolorosa aprendió que a Dios se le habla sin ruido y que también se le escucha así, en el silencio. Fue en el momento de más encierro y soledad donde no tuvo más opción y lo volteó a ver; se sentía tan débil y vulnerable estando tan aislada del mundo exterior que en su interior se dio la oportunidad de conocerlo y de amarlo. Ella no era especial ni diferente a ti que estás leyendo esto, lo único que hizo diferente fue permitirse conocer, de corazón, a ese Dios que tú también dices conocer. Está comprobado que las personas contemplativas han buscado y encontrado a Dios en el silencio, en el desierto y en las montañas. El propio Jesús pasó cuarenta días en el desierto comulgando en el silencio con su Padre.
Fue en los momentos de pánico donde esa niña aprendió a poner absolutamente todo en manos de Dios, incluyendo la vida de su hijo. Esa mujer entendió que nada somos ante una enfermedad y las enfermedades son las más inclusivas en este mundo, no discriminan a nadie.
Siempre escribo que no creo en las coincidencias sino en las Diosidencias. Semana Santa está cerca y al parecer no habrá tantos viajes ni aeropuertos llenos como otros años; hoy la humanidad entera contempla desde la pantalla de su celular las calles vacías de París. Italia, país que tiene la corona del catolicismo, es también el país con más coronavirus de Europa; todo esto me lleva a reflexionar que, al parecer, los católicos viviremos muy de cerca lo que verdaderamente es una Semana Santa, segura de que también veremos la resurrección.
Que en época de enfermedad nos unamos en oración y nos acerquemos a Dios como familias, probablemente sin ir a la iglesia pero renovándonos desde las raíces, desde nuestra propia casa. Que esta época de crisis nos sirva para reflexionar y valorar lo que tenemos, pero sobre todo, que se nos enseñe la humildad, no como aquella mujer de la que te platico al inicio que se sentía intocable y poderosa. Nada es casualidad, el mundo necesita regresar a las bases, a lo simple, a la reflexión y a la empatía. Así como el coronavirus se expande de prisa, así igualito vivimos la vida, esa vida única que de repente y cuando menos imaginas se acaba.
Hoy algo que es sin duda lamentable nos permite también valorar, nos regala la oportunidad de ver a la humanidad tratando de ayudar, sin etiquetas, sin nacionalidades, parejito.
Por favor mamá, no digas qué vas a hacer con tus hijos encerrados un mes, piensa en la historia de esa mujer que te platico; ella estuvo encerrada casi dos años y daría todo por poder tenerlo también encerrado durante el coronavirus. Tus hijos te están escuchando y observando, aprovecha esta oportunidad para enseñarles cómo se deben de enfrentar los problemas en la vida, no saqueando, no con pánico, no sobre consumiendo, sino con prudencia, templanza y resiliencia.
Marzo de coronavirus
Abril de corona de espinas
Pero al final, con virus o espinas, no permitas que corone el pánico en tu vida y corona a Dios en tu familia.
¡Hoy también es tiempo de aprendizaje, no lo olvides!
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