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Foto del escritorNayeli Pereznegron

Sembrar en ateos

Hace poco me invitaron a dar una conferencia sobre el dolor en un centro de rehabilitación para alcohólicos, donde el ochenta por ciento de la audiencia eran hermanos cristianos no católicos. Aún tratando de enfocarme en tantas similitudes que compartimos, y que conozco porque tengo la bendición de ser amiga de muchos de ellos e incluso de pastores, me fue imposible no mencionar a María, ya que ha sido una gran compañera en mi dolor, el dolor de perder a un hijo. (Y me encanta mencionarla en su mes, además).


Cuando me preguntaban por qué los católicos adoramos a María, a los santos, etc., yo, con el gran respeto que les tengo y abreviando aquí mi respuesta (además de recordarles que los católicos no adoramos, sino que veneramos), les dije que se trataran de imaginar el amor y la compañía que sienten de Dios, pero multiplicado. Les platicaba con una sonrisa: “Ustedes pueden pensar que estamos locos, y tienen razón, estamos locos de amor.


El verdadero AMOR lleva a la locura; por eso tantos santos en nuestra Iglesia nos dan ejemplo de lo que llega a hacer en nosotros ese inmensurable amor multiplicado, que logra incluso grandes obras de caridad”.


Lamentablemente, no todos los católicos vivimos con profundidad nuestra religión, pero quienes sí, somos testigos de los regalos tan inexplicables que recibimos por medio de nuestra fe. Admiré desde el fondo de mi corazón lo que nuestros hermanos cristianos hacen con gente tan dolida o que ha tocado fondo, transmitiéndoles lo que puede hacer el amor de Cristo por ellos. Es así que estuve reflexionando mucho sobre la importancia del diálogo ecuménico y de la sinodalidad, de las que tanto habla nuestro Papa Francisco, ya que creo que, de esta manera, todos aprendemos de todos, y todos nos convertimos, reconocemos y tratamos como maestros.


Si realmente nos concentráramos en solo amar, como dice nuestro primer mandamiento, dejaríamos actuar a Dios a través de nosotros, dejándole a Él encargarse de todo lo demás. Pensaba en el ejemplo de alguien que ustedes saben que admiro enormemente: la Madre Teresa de Calcuta. Ella, desde un lugar como la India, donde la espiritualidad y la religión parecen tan arraigadas, compartía el idioma universal: EL AMOR. Desde ese amor logró que muchos se convirtieran y amaran a Dios gracias a su ejemplo. Ella, más que hablar y predicar, actuaba.


Amaba tanto a Dios que parecía que solo se esforzaba por amarlo cada vez más. Buscar su rostro en todas las personas la llevó a hacer cosas que casi nadie consigue hacer, y sabemos que solo el verdadero AMOR lo logra. Su amor fue tan grande que no solamente asistía en la India a los más pobres y necesitados por medio de su congregación, sino también en todo el mundo.


Ella no buscaba el poder que, a veces, quienes debieran ayudar buscan; ella solo buscaba amar, y sin querer, el AMOR la hizo poderosa.


A través de su ejemplo, mucha gente en la India empezó a creer en Dios. Algo les debía llamar la atención de ella, algo que no conocían y que nosotros sí: su amor al prójimo, su fe tan grande, su humildad, su caridad, tantos dones que parecían increíbles reunidos en un mismo ser humano. ¿Quién es esa María a la que tanto le reza el rosario diario e imita, porque dice que le da la fuerza cuando ya no puede más? Vaya que esa gente la llegó a ver agotada al extremo, tomando fuerzas que no sabían de dónde provenían. Lo sé porque, como algunos de ustedes conocen, tuve la bendición de vivirlo en la India con su congregación. Creo que así, gente de religiones y culturas tan diferentes, incluso ateos, empezaron a querer ser, creer y sentir lo que ella era, creía y sentía.


Me parece de vital importancia predicar a quienes ya creemos, porque eso nos lleva a amar aún más a Dios (recordemos que su amor es inagotable, y soy testigo de eso; cuando decides amarlo, nunca termina su amor y nunca deja de sorprenderte). Para mí, ha sido trascendental contar con personas que lo hacen. Pero creo que para acercar a los hermanos que más alejados están de Él, el ejemplo de amor y humildad bastan. El amor de la Madre Teresa, que daba ejemplo de lo bueno, lo bello y lo verdadero, es en realidad lo que representa nuestra religión. La humildad de reconocer que no soy yo, sino Dios a través de mí, en comunión con ese mismo amor, quien actuará en los demás.


Fue así que el ejemplo con el que predicaba la Madre Teresa la llevó incluso a "sembrar en ateos". Como dice el Evangelio claramente en la parábola del sembrador: "A ustedes, Dios les da a conocer los secretos del reino de los cielos; pero a ellos no" (Mateo 13, 11). Ella, sin hablar su idioma, desde el ejemplo, sembraba esa semilla que ellos confundían con la curiosidad de verla actuar, y así me parece que Dios se encargaba de hacer lo demás.


Esta historia me inspira a escribir que, hagamos lo que hagamos y estemos donde estemos, nos dediquemos solamente a amar, como decía San Agustín:


“Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.

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