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Foto del escritorNayeli Pereznegron

Sposi Novelli

Escribo desde el Vaticano, sentada justo al lado de las enigmáticas puertas de la emblemática iglesia de San Pedro.


Estoy en mi teléfono, en el apartado de notas, peleándome con las letras pequeñas de mi celular porque no quise que se pasara el momento y la emoción que estoy viviendo en estos momentos.


Tenemos desde las siete de la mañana, al igual que todos los esposos que se encuentran aquí, esperando a que sean las 10 a.m., hora en la que entrará el Papa a bendecir nuestros matrimonios. Es increíble la vibra que se siente aquí, simplemente inexplicable; la emoción es aún más vívida de lo que uno se pudiera imaginar desde que sabe que verá al Papa, la energía de tanta gente buena se comparte y contagia. Quienes han tenido la bendición de vivir esta experiencia sabrán muy bien de lo que hablo.


Después de un largo recorrido en su papamóvil, saludando a miles de peregrinos, se sentó en medio de todos nosotros a compartirnos su trabajo de estas semanas. Al finalizar el Padre Nuestro en latín, pasaron a todos los esposos a un área diferente donde el Papa pasa caminando, saludando y bendiciendo a cada matrimonio que le es posible. La emoción de verlo acercarse es indescriptible, pero trataré de hacerlo: verlo impone; su mirada es dulce y llena de paz, sonríe mucho y transmite muchísima paz. El tiempo como que se para, las palabras no salen, todo pasa muy rápido pero a la vez muy lento. Si tienes la oportunidad de hablar con él, como la tuve yo, pareciera que fue una conversación de varios minutos siendo solo segundos.


En el momento en el que lo tuve enfrente, lo único que me salió decirle fue: “Papa, uno de mis hijos falleció, le encargo una oración para que sane lo que tenga que sanar en nuestros corazones”. La expresión de paz en su cara cambió a total empatía; me miró directamente a los ojos, tomando mis manos, y me dijo: “¿Cómo se llama tu hijo?” “Luis Pablo”, le respondí.


Se tomó unos minutos para orar, tocó mi cabeza, buscó la mano de mi esposo y la acercó también, le tocó la frente y nos dio la bendición; volvió a mirar mis ojos y volvió a tocar mi cabeza. No dijo nada más… como sabio que es ante algo que no tiene palabras, pero la emoción de sentir su empatía y bendición recorría nuestras venas. La paz que contagia y con la que uno se queda tampoco se puede explicar.


Y así, siguió recorriendo el lugar…


Gran mérito del Papa, debo escribir: juntar a tanta gente joven, de tantos países, de tantas culturas y colores de piel, esperando una sola cosa: su bendición. Y es que, si tú que me lees no eres católico, siendo muy objetiva, esta labor es digna de admirarse simplemente por ser un humano que ayuda y lucha por un mundo mejor. Necesitamos ver, seguir y así sentir la bondad, ya que el mundo entero está necesitado de líderes que se esfuercen por hacerlo mejor, que hablen, que se escuchen, que utilicen la tecnología para estar presentes como lo han hecho numerosos líderes laicos y religiosos, entre ellos el Papa.


¡Una experiencia única sin duda alguna!

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