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Foto del escritorNayeli Pereznegron

Cuando mi hijo de 3 años me dijo: “Mamá, cuando te vayas al cielo.”

Quienes me siguen en redes o ya leyeron mi libro saben que en mi familia vivimos a Luis Pablo todos los días. Confieso que uno de mis más grandes miedos era que sus hermanos nunca lo conocieran, y vaya que lo conocen. Su hogar también se menciona seguido: el cielo.


Bosco en especial tiene una obsesión por mandarle globos al cielo. Soy bastante consciente del planeta y sé lo que eso implica en términos de contaminación, así que procuro que solo sea en momentos especiales; sin embargo, Bosco es siempre el niño que en las piñatas les ruega a todas las mamás que le regalen un globo. No le importa el premio ni el bolo; si hay globo, su globo estará encima de todo. Yo muero de pena cada vez porque no me voy a poner a explicarle a la mamá por qué lo hace; sin embargo, siempre consigue que la hermosa decoración de la piñata se descomplete para salir de allí diciendo: “Pavito, ahí te va tu globo”.


Santa vino esta Navidad y les trajo un regalo de todos los que pidieron, solo uno porque les estamos enseñando que hay muchos niños que no reciben ni uno solo y por ello debemos ser considerados y conscientes a la hora de pedir el suyo. Eso también les enseña que la vida está llena de elecciones y no siempre tendrás todo lo que pidas. En fin, esta Navidad, que ya entienden mucho más, Luis Pablo les trajo un regalo, ¡sí! Santa le hizo el favor de “darles ride” y además les dejó un regalo más para que se lo entregaran a un niño al que Santa no hubiera alcanzado a llegar... Los tres regalos estaban en su lista ¡Pobres, qué difícil deshacerse de uno! Pero eso les enseña que ayudar no se trata de dar lo que me sobra sino de compartir lo que tengo. ¡Total! Una noche de estas increíbles vacaciones, donde traté de aprovechar al máximo a mis niños sabiendo lo ocupada que estuve y estaré con el libro, empezamos a rezar el “Luis Pablo de mi guarda” como cada noche... En eso, Bosco, mi “niño feliz” que en vísperas de Navidad cumplió apenas 3 añitos, me dijo:


—Mamacita (trae de moda esa palabra), cuando tú te vayas al cielo yo te voy a mandar globos.

—Qué lindo, Bosco. ¿Y por qué globos? —le pregunté.

—Porque cuando yo estoy muy feliz te voy a compartir para que estés feliz tú.

—Bosco, me va a encantar recibirlos, pero yo no me voy a morir, siempre voy a estar contigo. (Palabras que salieron instintivas totalmente)

—No, mamá, tú y papá y tita y tata y abu, todos se van a ir al cielo, acuérdate.

Nos quedamos en silencio ambos reflexionando a su manera...

—Mamá, y tú y tú y tú... ¿me vas a mandar desde el cielo regalos?

—Encontraré la manera de hacerme presente, Bosco. ¿Oye, y qué, no me vas a extrañar cuando ya no me veas?

—¡Sí, mamá, pero te voy a escribir un libro! (relacionando el que yo escribí) y les voy a decir a mis amiguitos que no estén tristes si se muere su mamá porque está en el cielo y al ratito la van a ver.

Me quedé muda reflexionando cómo cada palabra que he dicho queda grabada en su mente, cómo, aunque crea que está jugando, me escucha cuando hablo por teléfono con otra mamá de un ángel; por ello la importancia de ser siempre congruentes con lo que hablamos, pedimos y actuamos en relación con nuestros hijos.


Después le platiqué a mi esposo, con quien también Bosco ha hablado del cielo con naturalidad, y dijimos: “Qué padre que lo vea tan natural, como es, estamos preparando a nuestro hijo para ser feliz aunque no estemos nosotros”. Él debe saber que ser feliz es su elección y jamás dependerá de otra persona y que estar triste y feliz al mismo tiempo está bien; así vivimos nosotros y ya estamos acostumbrados a ese sentimiento.


Y si bien, como digo en mis conferencias, la muerte es un tabú del que nadie quiere hablar a pesar de ser lo único que todos los seres humanos tenemos en común después de nacer, debería entonces ser un tema tratado con más naturalidad, quizá eso nos ayudaría a aceptarla de una mejor manera, como un niño de 3 años que no rebusca las cosas y solo las ve como son...


¡Qué difícil, pero qué gran lección me llevé estas vacaciones, y otra vez de un niño! No cabe duda de que los verdaderos maestros son siempre esas almas puras y, entre menos tiempo tienen de haber llegado del cielo, más maestros son.

Bosco con sus globos

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