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Foto del escritorNayeli Pereznegron

Lo que el cáncer me quito

Todos vivimos muy cerca de él, la mayoría tenemos algún familiar cercano que ha padecido esta temible enfermedad, tan temible pareciera, que ir a la luna no ha sido imposible pero encontrar su cura sí lo es.


Por eso aquí escribo lo que muchos relacionarán.


Lo que el cáncer me quitó


El cáncer me quitó el miedo, gracias a él soy mucho más valiente. El cáncer me hizo creer en mí misma y descubrir cualidades en mí que ni yo conocía.


El cáncer me quitó la venda de los ojos y me hizo ver que la vida es verdaderamente una oportunidad y la salud una bendición.


El cáncer me quitó los prejuicios; después de todo el dolor que sentí, estoy más concentrada en ver cómo soy mejor yo a cómo son mejores los demás.


El cáncer me quitó la inseguridad, me hizo creer en mí y demostrarme a mí misma que puedo vencer lo invencible, creer en lo increíble y vivir lo que pareciera “invivible”.


El cáncer me quitó la amargura porque me hizo entender que vale la pena vivir con una sonrisa y ser feliz el tiempo que me quede.


El cáncer me quitó la inseguridad de saber que hay algo más allá, porque muchas veces vi gracias a él que sí lo hay.


El cáncer me quitó amigos que creía que lo eran y me rodeó de seres maravillosos que no podría haber valorado antes de conocerlo.


El cáncer me quitó las ganas de pelear por cosas sin sentido y me enseñó a soltar absolutamente todo lo que no me nutre, incluyendo la comida, porque desde que lo conocí soy más consciente de lo que hago con mi cuerpo.


El cáncer me quitó a un ser querido, irreemplazable, insustituible y memorable; sin embargo, me regaló la oportunidad de despedirme y de decirle cuánto lo amaba.

Y a pesar de todo lo bueno y lo malo que esta enfermedad me quitó, hay algo que jamás podrá quitarme:


  1. El amor de las personas que estuvieron cerca acompañándonos en cada lucha.

  2. La esperanza: esa palabra que el cáncer te enseña a profundidad y con maestría.

3. La fe: porque también me enseñó que cuando el cáncer toca a una familia, Dios también toca su corazón, haciéndoles ver con señales que la vida no es vida; más bien, vida es la que tendremos después.

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